Encuentro Casual

Dos mujeres conocidas se encuentran
en una calle solitaria
en algún barrio fino de la ciudad,
ese lugar sagrado de la cuidad
al que acuden para morirse un rato.
En la calle pasan los carros,
por la acera los transeuntes
y también un perro sin dueño,
ellas se saludan casualmente,
toman el almuerzo en algún local de moda
sin que nadie se detenga a verlas,
salvo los hombres que admiran su belleza.
Nadie sospecha entonces que durante el almuerzo
se han tocado incansablemente,
por debajo del mantel
han unido sus manos, entrelazado piernas,
humedecido sus dedos en el sexo ajeno,
adivinando siempre el placer cubierto
por vestidos de cocktail.
Ambas se apresuran a un lugar privado,
muy pequeño y sin espacio
ideal para hacer el amor,
se miran largamente, se desean, se anhelan,
se gozan, se estremecen, se huelen y babean,
todo sin contacto físico, con la mirada
se disfrutan a plenitud, anticipadamente.

Pronto en la cama hay un reguero

cabellos largos despeinados en la sábana

dos pieles que se abrigan mutuamente,

cuatro senos exitados con sus pezones marcados

cuatro manos que pecan ominosamente

penetrando cuevas húmedas,

explorando las curvas montañosas

de otra mujer bien formada.

Mueren una en la otra lentamente,

la pasión desbordada causa estrépitos.

Mientras las agujas avanzan segundo a segundo

hasta completar 120 minutos,

la habitación se empaña

el sudor se escurre en el epicentro,

cuando están revueltas todo tiembla en ellas

terremotos que van desde adentro hacia afuera

Dos mujeres conocidas se separan,

se despiden casualmente

en una calle solitaria de la ciudad

y siguen recorriendo el mundo,

se relacionan con él seguras y felices,

en dos horas de pasión ardiente

han sido llenadas, complacidas a plenitud.

Siete mil doscientos segundos han bastado

para saciar urgencias y resistir,

satisfechas y ansiosas,

hasta otra emergencia de la piel

que las lleve a medicarse

con un nuevo encuentro casual

en la misma habitación, sin nada que perder.

Lycette Scott