Te amé entonces

Te amé esa noche como nunca antes,
se me iba la vida en cada vago movimiento,
en cada sonido de mi respiración
y de tanto amarte me quedé sin aire,
lo mío era una asfixia de corazón,
y busqué tu boca para recibir tu aliento,
tu mano se extendió generosa para regalarme el tiempo,
sin embargo te fuiste déjandome sola con mis excesos.
Dibujé tu figura,

que me apareció con nitidez de luna,
tu aroma en mi cama me llevó hasta el fondo
por entre las sábanas y me ancló en la arena
de tu corazón errante.
Ermitaño mío, ajeno al amor,
a las caricias, estás aquí a veces
y, sin embargo, eres tan ausente
que me parece entonces haberte visto antes
en una ilusión que se pintó en mis sienes.
Y quisé desmayarme para caer en tus brazos,
pero el suelo frío me atajó en el acto
y me dijo ¿qué haces? acepta tu soledad,
pero el corazón es terco y te sentía a su lado.
Podía verte recorrer mi cuerpo,
buscando algo que nunca encontraste
y quise amarte pero me ganó el deseo,
de tanto deseo me estalló el cuerpo
provocando un corto que me dejó en penumbras,
busqué entonces tus brazos para cobijarme
y estaban abiertos para recibirme,
pero no eras tú, olías distinto,
sabías a rosas pero con amargura,
bebí de tu sangre como transfusión,
pero como tú estaba infectada,
causando falta de coagulación
y corrió mi sangre por todo este tiempo,
tú la recogiste con el mayor cariño
y bebiste de ella como en el desierto,
haciéndome tuya por la eternidad del tiempo.
Quise entonces borrarte, pero tanto amor
me corrió en la piel como la tinta china,
fuiste como un tatuaje de melancolía
que llenó mi cuerpo con tu cobardía.
Quisé escribir un cuento para nosotros dos,
que terminara dulce en un final feliz,
pero el cuento se adueñó de mí,
se escribió sólo y cobró vida propia,
para contarme esta historia en la que al final,
bebí tu veneno creyéndolo miel del mejor panal
y terminé búscándote con tanto afán,
que ni en mi poesía, ni en mi caminar,
ni en todos los años, ni en la sal del mar,
ni en las horas tristes, te podré encontrar.

Lycette Scott