6 de noviembre de 2017

Nostalgias para la tierra de uno.

Santiago se nubla con calor y yo miro insistentemente por la ventana esperando a ver si el cielo decide caerme encima, pero la lluvia aquí es racionada y los pronósticos del tiempo bastante equívocos. Entonces pienso que la chica del clima puede sustituirse fácilmente por Julieta, la perra de mi mamá, que infaliblemente se para en la orilla de la cama para olfatear el aire con la nariz en alto cuando la lluvia se está acercando. Esta ciudad no conoce de medias tintas, porque cuando hay sol es inclemente y acosador, sin una nube grande y gorda que provea fresquito en el verano, y cuando llueve, viene poquito, pasa rápido y sin mucho escándalo dando paso a un frío quiebra huesos. 

Esa cualidad de una ciudad con clima seco tiene sus ventajas, por ejemplo con 32 grados no suda uno a chorros como en mi tierra, además este valle es considerablemente plano y sin lluvia se hace divinamente pedaleable ¿se imagina usted la vida de un ciclista en Caracas entre subidas, bajadas y palos de agua? Me visualizo obstaculizando el tránsito vehicular junto con los motorizados, que probablemente en una Caracas más amable no existirían armados y amenazantes. La verdad es que esta alma tropical con frecuencia extraña una lluvia de esas que gotean y hacen picar la piel, las que vienen con árboles, tierra, refrigeradores y calor. Tal vez por eso, una vez que llovió bastante por aquí, olvidé los 10 grados y me paré en la calle a mojarme mientras cerraba los ojos y me imaginaba que llovía con calor y que el frío que me invadía era completamente psicológico. No es pues de extrañarse, que ese día los pocos valientes que transitaban las calles me miraran con curiosidad y auténtica lástima, tal vez pensaron que me agobiaba un mal de amores profundo, pero yo los ignoré porque de algún modo quería lavar la ausencia. 

Ausencia de aquella lluvia que incitaba a los enamorados a amarse impunemente en donde les agarrara el agua, de los pajaritos que cantaban empapados pero felices y de los morrocoyes que, vaya usted a saber por qué, decidían reproducirse cuando arrancaba a tronar. Ahora entiendo por qué en la casa de mis abuelos paternos, cerquitica que la selva, estas tortugas de tierra se reproducían como conejos. Y tocaba empezar a contar huevitos y crías de tamaños varios que más de una vez pasaron el centenar, por lo que algunos terminaban vilmente asesinados en Semana Santa, víctimas de las señoras que tradicionalmente servían pastel de morrocoy en su mesa. 

La verdad es que se me ocurre que últimamente debo padecer de un síndrome premenstrual permanente, porque de un tiempo a acá, cuando veo fotos del mar siento que me voy inundando poco a poco como un personaje de tiras cómicas, y que en cualquier momento voy a estallar en lágrimas incontrolables. Lo confieso, cierro los ojos y trato de recordar la sensación de la arena caliente bajo mis pies, de escuchar las olas y sentarme a observarlas antes de entrar con mi tabla para leer el comportamiento de las series del día. Y cómo no vivir en nostalgia permanente por el mar si ya a los seis años mi papá decía que yo era una ‘sardinita’, apodo secundario y jovial que empleaba por mi amor innato hacia el mar y mi habilidad de ganar competencias de natación. A él no le gustaba la playa, pero en las tardes a la hora de volver al apartamento yo le decía “papi, un ratico más” y a veces conseguía que se quedara conmigo viendo al sol esconderse en el mar. 

Ese Caribe azul, cristalino, inagotable, inmenso e imponente, me cobijó en mis mejores venturas. En sus orillas, Otoniel (un negro alto, al que nunca vi usar zapatos pero cuyos pies eran, según atestiguan las fotos, al menos doblemente más grandes que los míos) me hacía prendas de alambre mientras recitaba poemas de Neruda ¡vaya lujo! Tantos momentos, tantos recuerdos, y me pregunto si aún conservaré la ingeniería rural básica de bajar cocos a punta de pedradas o si es una de esas habilidades que se olvidan con los años. 

A veces quisiera caminar por algún sitio y que un loro desconocido me silbe ‘fuifuiu hooola lorito hoola’ -tal parece que éste es el lenguaje materno de los loritos venezolanos-, o sentarme a comer mango de hilacha y que el líquido me derrame por los brazos y me manche la camisa, comerme un pescado frito entero que sepa mejor sólo porque se come descalzo y con los pies en la arena. Y me pregunto si a Doña Pancha todavía le quedará sabroso el sancocho en Chichiriviche o si por fin cumpliré mi deuda pendiente de subir al Roraima. 

Entonces entiendo a aquella señora portuguesa que después de treinta años en Venezuela no perdió su acento y andaba por la vida hablando en portuñol, criando a sus muchachos en mi tierra, progresando y cambiando. Aquella que decía que nunca quiso volver, pero cuyas lágrimas brotaban al recordar a su Madeira natal ¿qué pensaría ella antes de irse? ¿Cuáles serían sus planes? ¿Cuánta nostalgia escondieron sus años? Yo la recuerdo a ella y a todos esos que llegaron a la tierra de mis melancolías, porque la mayoría nunca volvió a vivir en sus países de origen, se les pasaron los años construyendo una vida nueva y, cuando Europa y el Cono Sur se recuperaron, ya eran demasiado extranjeros en sus tierras y cada vez menos foráneos en las mías, porque sus hijos crecieron con otros acentos y otras costumbres, y porque a veces simplemente es muy tarde para dar vuelta atrás. 

En unos días cumpliré cuatro años sin pisar mi suelo, sin bañarme en mi mar, sin ver mis paisajes, y aunque nunca me haya planteado mirar atrás, me gustaría tener la opción de regresar, en lugar de la desazón de recordar algo que desapareció, y que al parecer, no volverá jamás.

23 de enero de 2017

Divagaciones

De algún modo todas eras tú, en todas estabas tú, omnipresente, como si la distancia, el desamor y el olvido no hubieran cruzado nunca de una orilla a otra aquel río que fuimos. Ahí estabas en la que hablaba francés y sonreía mientras hacía crepes sorpresas para mi cansancio, podía olerte en aquella que gemía en la habitación de al lado despertando a todo el barrio con aquel chico malo que la compartía conmigo generosamente, esa que se regalaba consciente de que entre él y yo podíamos regalarle un mundo de sensaciones distintas que complementaran su placer en maneras que pocas personas habían experimentado. Ahí estabas cuando alguna otra me iluminaba con su sonrisa y tocaba a mi puerta ofreciéndome strudel de de manzana recién horneado, con su manera sutil de enamorarme que yo no entendí hasta que me la dibujaron claramente los conocidos y luego me llevó al bosque para dejarme perpleja con sus nombres de mariposas y especies de insectos varios. Eras tú en la de los libros y los tatuajes que parecía ruda y sonreía, amaba y abrazaba con la dulzura de un niño de cinco años que ve a su mamá después de una noche en casa de los abuelos. Estabas en los domingos de leer sin ropa, pasando frío y haciendo insinuaciones irrepetibles que acumulaban el deseo y que siempre terminaban en una explosión de acciones indecibles en boca de niña decente. Tú, la que sabía de economía y era hermosa como jezabel, con sus caderas de serpiente tintineando monedas en ritmos árabes, impregnados de una hembra fenomenal e inteligente que nunca logró despertar en mí el más mínimo deseo. Estabas ahí cuando la chica del sur con su poca ciencia, sus pocos comentarios interesantes y su poco atractivo físico se fue desvistiendo a capas para enseñarme que podía compensar sus tantas faltas con otras cualidades que se aprenden con la experiencia de quien ha mojado cientos de sábanas, mientras otros dejan sus ojos en las librerías. Tú en la que siempre fue la amiga de aquella otra con la que sí fuimos y que cuando todo acabó, atacó con total falta de sutileza para avisar que siempre había estado ahí, esperando ese final para intentar otro comienzo. Estabas tú en los ojos azules de la que contaba historias y hablaba de política maldiciendo a los pasaportes, los muros, las faltas y las gentes que nunca se daban cuenta de nada, que vivían como en un mundo feliz ignorando todas las conspiraciones que nos rodeaban. Estabas tú en el beso de la muchacha aquella que sonreía por las mañanas y dejaba notitas con corazones por toda la casa, y cigarrillos, y copas de vino regadas por la vida para agradar a quien la quería. Estabas tú en todas esas mujeres hermosas, inteligentes, pecaminosas, llenas de vida, recorridas, ávidas de experiencias y de besos. Estabas en aquella que susurraba “hazme llorar” al oído, antes de entregarse entera a lo que venía, estabas en la de los dibujos sobre la mesa, en el cuaderno, en la espalda, en la pared, que aquí, que allá, que es una necesidad. Estabas, estás, como un camino que siempre recorro, dónde te busco, dónde te encuentro, qué si existes, que si te inventé. Estás aquellas que besaba, que dicen que me extrañan, que nunca saben si me tuvieron - claro que no, ‘tener’ es después de todo un acto de egoísmo - o si era cierto lo que presentía que estando con ellas de pronto me perdía y me dejaba llevar por una fuerza invisible y me perdía en algún pensamiento, un cuerpo, una locura, el presentimiento, la libertad. Y es que tarde entendí que para tener había que fingir distancia y despreocupación, cuidar afuera de la habitación y hacer destrozos dentro de ella, que en esta distancia autoimpuesta que me envenena, las tuve a todas, mientras la buscaba a ella.  

1 de septiembre de 2016

El orgullo de marchar

¿Por qué me enorgullecí de ese montón de venezolanos que marcharon hoy? ¿por qué me conmoví hasta las lágrimas al escuchar el coro del ‘gloria al bravo pueblo? Hemos vivido 17 amargos años, en los cuales hemos visto progresivamente y como en cámara lenta el deterioro de un país que antaño se preciaba de una riqueza inagotable.

Hoy, miles de venezolanos salieron a la calle con una agenda clara: exigir que se de celeridad a la convocatoria del referéndum revocatorio, y eso no es poca cosa. Adiós a la consigna del ¡vete ya! Bueno, más bien sustituida la consigna por un clamor: ¡danos la oportunidad de despedirte! Como se despedía a los empleados que no servían en su trabajo antes de que nos azotara la inamobilidad laboral. Venezuela quiere un cambio, un cambio pacífico y democrático. Eso a mí me parece rescatable.

La decepción de algunos, a mi parecer ocurre por esa desesperación (tampoco criticable) de salir de este problema ya, pero no desmayemos que hoy se demostró que cada vez estamos más cerca. Que una marcha no tumba gobierno, ya lo sabemos de sobra. Lo sé yo que marché por primera vez a los 18 años, que son hace ya 14. Lo que una marcha como la de hoy sí hizo, fue demostrar que hay una mayoría sólida que se ha construido a pulso durante mucho tiempo, así como aprenden los muchachitos por ensayo y error, hemos aprendido nosotros que la salida es a través de las urnas electorales. Lo que una marcha sí hace, es decirle al gobierno: ¡epa pana, aquí estamos! somos muchos y no nos puedes seguir ignorando. Tus trabas, tus amenazas, tu abuso de poder no nos detendrá, porque estamos decididos a cambiar.

Esta vez, los propósitos son claros, y ya no se trata de salir de un partido político por capricho, sino de salir de una crisis honda y triste. Ahora se trata de pedir un cambio de verdad, de volver a un país en el que las señoras consigan todo lo que necesiten para alimentar a sus familias, de volver a un país en el que la gente no se muera por falta de medicinas, de volver a un país en el que la inflación ya no sea un hoyo negro por el que nos vamos todos. Creer algo distinto ya es un asunto personal, marchar creyendo que el gobierno caería hoy, es una expectativa que uno se crea solito, marchar creyendo que todos los problemas se van a solucionar tan pronto salgamos de esta gente, también es una falsa expectativa. Hoy se marchó pidiendo la oportunidad de darle inicio a un cambio que tomará muchos años construir.

No es imposible, pero tampoco es fácil. No caigamos en los lugares comunes de la desesperanza, porque sí se puede, y para muestra un botón: hoy tenemos una Asamblea Nacional que se ganó electoralmente sorteando múltiples obstáculos, una Asamblea que se ganó a pulso, frente a la cara de un gobierno que se esmeró en decirnos a diario: no van a poder, yo lo soy todo, nada fuera de mí, todo dentro de mí ¡y se pudo! Entonces, ¿quién dice que no se logrará un revocatorio? ¿quién dice que el futuro es imposible? Es incierto sí, pero imposible no. La perseverancia nos ha llevado lejos, nos ha hecho cohesionarnos, poco a poco hemos aprendido a escupir el cuentico de la violencia, a pararnos de frente al poder y decirle: no vas a poder conmigo.

A mi me parece maravilloso ese ejercicio de reencuentro en las calles, lejos de una cola para comprar alimentos, ese momento en el que reconoces en el otro a alguien como tú, ese momento en el que recuerdas que no eres el único descontento, que hay otros lugares para la reconciliación, y también me enorgullece que esos encuentros se produzcan en un ambiente de paz.

Gracias a tí que marchaste, a tí que exigiste tus derechos, a tí que caminaste largos kilómetros para llegar a la toma de Caracas. Gracias porque llevaste en tí el sentir de una nación asqueada del día a día, porque representaste al niño que va a la escuela sin comer, a los enfermos que han muerto menguando medicinas, a mi mamá y mis tías que luego de trabajar largos años sufren de una vejez en crisis, gracias porque me llevaste a mí que no pude estar contigo, porque representaste el sentir de familias separadas en la policromía del aeropuerto de Maiquetía. Gracias, porque desde lo que ví en la lejanía, aprecié unión y las grandes avenidas de Caracas y de otras ciudades, repletas de venezolanos como tú y yo, pero sobretodo como tú, de esos que ven al poder con menos temor cada día.

Gracias porque quieres cambio y porque hoy sabes que hay que trabajar para lograrlo, gracias por no tener miedo (o por enfrentarlo), gracias porque no haz perdido la esperanza, gracias porque no abandonas el sueño de un mañana mejor. No desmayes, no desmayemos, 17 años en la historia de un país se viven largos, pero son una corta historia. ¡Sí se puede! ¡Ya ganamos una vez y podemos volverlo a hacer!


No dudes, por largo que sea el camino, que en un futuro cada vez más cercano podremos decir nuevamente que murió la opresión y no olvides que como reza el himno: ¡compatriotas fieles la fuerza es la unión!

8 de junio de 2016

Una carta para Diana D'Agostino

Ayer tuve el desagrado de ver la entrevista donde la señora Diana D'Agostino, entre otras cosas dijo "... el gobierno está mal acostumbrado a que sus mujeres estén desarregladas, estén sucias, anden, tú sabes, sin maquillaje. No mira, las venezolanas no somos así...".

Si es verdad, Venezuela es un país con fama de tener mujeres bellas. Pero también es cierto que el fenómeno Miss Venezuela ha impregnado tanto nuestra sociedad que define muchos de nuestros patrones de comportamiento (no siempre positivos). Tal como recordé al escucharla hablar. 

Cuando estaba en preescolar, hubo una época en que mis compañeritos de clases me apodaban "pelota negra", porque era cachetona y morenita. Ese episodio se quedó impregnado en mi memoria y según recuerdo, ya a tan corta edad me generaba cierta angustia. 

Luego fui creciendo y mientras lo hacía me daba cuenta que en cierta forma era diferente a mis amiguitas, porque nunca fui lo que usted pueda llamar femenina. Siempre fui de cuerpo grueso, en parte por herencia familiar y en parte debido a los años de natación. No se puede tener espalda de hombre y ser sexy a la vez. El maquillaje lo descubrí como a los 23 años, los tacones no se me daban, la plancha y el secador llegaron a mi vida luego de los 28 años, porque al tener el cabello liso nunca me pareció necesario someterlo a tales maltratos. Además, siempre tuve una afición por la comodidad ¿para qué andar con falditas si los jeans son tan cómodos?

Como usted comprenderá, en una sociedad en la que la mayoría de la gente piensa como usted, el arte de la conquista tampoco fue mi fuerte. Precisamente porque los prospectos románticos andaban buscando siempre mujeres de esas "arregladitas". Mi absoluta falta de interés por la belleza, tuvo como consecuencia que en múltiples oportunidades los comentarios me hicieran sentir fea. Cuando estaba en la universidad, descubrí que había quienes a mis espaldas me llamaban "el man", porque según ellos yo era machorra. Cuando pesaba 55 kilos, ya la gente comenzaba a decirme con mucha frecuencia que hiciera dieta, que me veía gorda, que me cuidara ¿a quién en su sano juicio se le ocurre que una joven que pese 55 kilos pueda estar gorda? Esto sucede por el ideario colectivo de la belleza desproporcionada. 

Más adelante y ya en mi edad adulta, los episodios se hicieron más frecuentes. Así que tuve un jefe que con cierta frecuencia y hasta en tono de cariño, me decía "usted se está poniendo más gordita, debería adelgazar". ¿Qué le da el derecho a un completo extraño a decirle eso a alguien? Tuve compañeras de trabajo que llegaron a pasar horas tratando de convencerme de los beneficios de tener las tarjetas de crédito al tope de su límite, a cambio de tratamientos de belleza, maquillajes caros y ropa sexy. Nunca lo entendí, no me explico qué tiene de bueno endeudarse para ser bella. 

He visto quinceañeras pedir de regalo que les hagan las tetas, he visto a mujeres absolutamente hermosas sentirse gordas y feas. Y he leído con asombro (y hasta vergüenza, artículos en los cuales se reseña que Venezuela es un país en el que los maniquíes tienen medidas desproporcionadas ¿sabía usted eso? Se producen muñecos de estos con medidas únicas para nuestro país, porque se hacen más curvos, con más cadera, más senos y extremadamente delgados. 

La verdad es que también me vi a mi misma incontables veces frente al espejo, sintiéndome fea, sintiéndome gorda. Es inevitable que eso suceda cuando la gente te lo dice o te lo hace sentir. La verdad es que ser sencilla tenía su ventaja, cuando estaba en la universidad y llegaba a la playa o a una rumba, bien "producida", todas las miradas se posaban en mi y siempre alguien me echaba los perros, o la misma gente que antes me consideraba gordita, me veía hasta con admiración. Porque bueno, vivimos en una sociedad que pone a las mujeres en una vitrina para ser exhibidas y les otorga valor cuanto más arregladas sean. Ahora pienso en retrospectiva y la verdad es que era delgada y bonita, y no me explico como llegué a dejar que terceros me hicieran sentir tan mal conmigo misma.

Me tomo muchos años reconciliarme con mi imagen en el espejo, ser capaz de desnudarme y decirme "estás bella así". Ese proceso de aceptación se aceleró cuando me descubrí a mi misma en un ambiente muy distinto, en el cual paradójicamente era común que me dijeran que era la personificación de una "latina caliente". Pero a veces quedan rastros y a uno se le sale algún comentario, imagínese mi grata sorpresa cuando un día almorzando con alguien con quien salía, dije: Estoy gorda. Y por respuesta me dijo: Mira, quiero que escuches una canción que se llama 'All about that bass' y cada vez que pienses que estás gorda recuerdes que cada centímetro tuyo es perfecto. Así me siento yo cuando te veo.


En esa misma época, descubrí sorprendida que la gente me consideraba una mujer femenina y arreglada, con un estilo ligero y cómodo. 

Poco a poco fui desarrollando más personalidad y cada vez fui un poco menos retraída, entendí que (entre otras cosas por tendencia familiar) nunca iba a llegar a encajar en el estereotipo de la mujer buenota, y tampoco quiero hacerlo. En cambio, exploto otras virtudes, como la simpatía y la inteligencia. Las cuales no sólo me han ganado más afectos, sino también mejores. 

¿Por qué le cuento esto? Porque gracias a personas como usted que valoran la belleza por encima de otras cosas, hay muchas mujeres comunes y corrientes que sufren a diario una violencia terrible e inevitablemente terminan violentándose ellas mismas. Su entrevista me recordó al documental de Las Muertes Chiquitas, en el cual una mujer dice: "¿Cuidarme de los hombres? Si de quien me he tenido que cuidar toda mi pinche vida ha sido de las mujeres".

Mire, yo no le voy a negar que quizás sea cierto que el gobierno promueve la imagen de las mujeres desarregladas. Y tampoco voy a juzgar si ésto es bueno o malo. Lo que sí es cierto es que decirle a otras mujeres sucias y desarregladas es un acto de violencia y de clasismo, y eso es algo que debemos comenzar a entender y cambiar. 

Pero hay aquí temas de fondo más importantes, hay una violencia aún más profunda: la descalificación. Si usted hubiese dicho quizás que muchas de las mujeres que trabajan en el gobierno han fracasado en sus labores por implementar políticas inadecuadas, yo no le estaría escribiendo esta carta. ¿Pero por qué tiene que medir el éxito de una funcionaria o de una ciudadana por su belleza?

Ciertamente, nadie debería ir al trabajo sin estar vestido apropiadamente. Eso es un tema de etiqueta. Pero estar vestido apropiadamente, no tiene por qué significar maquillaje y tacones. Su comentario me recordó la famosa imagen de Ángela Merkel frente a Cristina Kirchner, que tantas burlas generó, porque la primera se vestía apropiadamente, pero sencilla y sin maquillaje, mientras que la otra parecía una drag queen (por decirlo de alguna manera).

En fin, yo pienso honestamente que ante una crisis tan grande como la que se vive en Venezuela, es necesario que comencemos a darle valor a las cosas por lo que tienen. Que las críticas hacia el otro sean fundamentadas y dejen de ser esos ejercicios absurdos de descalificación y desprecio hacia el otro que nada bueno nos han traído. 

Pienso también que ante semejante crisis, una figura pública como usted, debería preocuparse más de hablar acerca de planes de gobierno o cómo construir un futuro mejor, en lugar de hablar de patrones de belleza. 

Al final de esta carta sólo puedo felicitarla por dos cosas: 

Primero, porque logró hacerle el juego al gobierno, desviando un poco la atención (incluyendo la mía) de la crisis humanitaria que se vive en el país.


Y segundo: Porque se consiguió un marido que le dio todo lo que tiene. Por lo que asumo que es usted una mujer florero y que esto la llena de orgullo y de alegría, cosa que no me atrevo a criticarle porque ha sido su elección de vida, y si es feliz así, pues perfecto; pero le pido encarecidamente, que no reproduzca esos patrones.

El país más que mujeres bellas, necesita más mujeres inteligentes, echadas para adelante y trabajadoras y menos niñas pidiendo tetas o matándose de hambre para ser tomadas en cuenta. 

¡Con tanta crisis, cualquier ayuda es buena!


4 de agosto de 2015

Me gustas

¡Me gustas!
Porque tu nombre es una escalera incierta llena de incógnitas amarillas,
porque no se llama tristeza a la luz instalada en tu mirada,
porque no hay aliento de lágrima en tus párpados salados.
Así como la flor ama a su rocío,
y el mar desnuda al sol en el amanecer.
Así como todas las cosas simples que suceden porque sí,
...simplemente, me gustas.
Yo no llamo por tu nombre al sueño de mi mañana oscura,
ni repliego las armas por temor a perder la guerra,
hay un amor que lucha, hay un amor vencido,
y hay un amor que aunque trates de asesinarlo, perdura.
¡Me gustas!
Cuando la cal baña la piel de tu rostro que se disfraza de melancolía,
cuando tu cuerpo sangra desde una navaja herida que lleva mi nombre,
cuando eres valiente para hacer girar al mundo
y cuando te finges débil para hacerme creer que me necesitas.
Nunca supe de qué se alimentaba tu silencio,
cuánta intranquilidad había en tu mirada paciente,
nunca sabré si tus besos son los mismos míos,
o si tus sueños me inscriben en tu futuro.
Soy infinitamente ignorante de tus secretos,
eres el misterio ambulante de un huracán que arrastra la arena de mi desierto.
¡Me gustas!
Aunque tu intranquilidad se instalara en mi alma,
porque no hay límites para el amor que llena de desespero,
porque impacientas mi calma, porque te vistes de deseo.
No podría la luna ser una dama, pero tú eres una constelación entera.
Te vistes de rosas nacaradas, de aliento sostenido,
brindas la manzana del pecado y redimes en tu perdón,
amaneces en el viento y el goteo de mis profundos silencios.
¡Me gustas!
Porque eres el principio de un mundo que acaba cada vez que te pierdo.

Lycette

31 de mayo de 2015

¡Adiós gordito! Una carta para mi perro


Llegaste a la casa después de largas discusiones: yo quería un perro, mi mamá insistía en que sólo aceptaría a una chihuahua, yo le decía que esos perritos me parecían feos y ella  insistía en que después de tener uno de esa raza me enamoraría. 

Se acercaba mi cumpleaños número 18 y llegué a la tienda a preguntar si tenían chihuahuas hembritas, el chamo de la tienda me dijo que no, pero que tenía una camada y que si los quería ver, abrió esa jaula maravillosa de la que salieron ustedes. Tus hermanitos se dispersaron, pero tú caminaste hacia a mi decidido y te me echaste en los pies, yo te cargué, tú me lamiste la nariz impregnándome con tu aliento de cachorro y lloraste mientras te metías en mi cuello. Mi mamá quería una hembra, y yo sentencié: "ay mami míralo, está llorando para que me lo lleve a la casa" y mi mamá no pudo decir que no. Esa frase fue motivo de chistes durante años, porque nunca dejaste de ser llorón. Ese día comenzó nuestra historia. 

Naciste en San Cristóbal, así que a veces te échabamos broma y te decíamos que seguro eras un colombiano reencauchado. Llegaste a la casa como una pulga flaquita y mal cuidada, pero te bañamos y te pusimos bonito. Tuviste varios nombres que no te convencieron, hasta que te dijimos "Romeo" y prestaste atención, hasta el nombre terminaste escogiéndolo tú. 

Los primeros días, mi mamá giró instrucciones expresas: el perro no duerme en la cama y mientras se acostumbra a orinar en el periódico, se queda en su casita en el baño. Pero tú llorabas y a mi me daba dolor, además a las horas ya te quería como si tuviéramos toda la vida juntos. Entonces yo esperaba a que mi mamá se durmiera, te buscaba y te montaba en mi cama, te acurrucabas en mi cuello y yo, casi como las mujeres recién paridas, me paraba cada dos horas a llevarte al periódico para que no te orinaras la cama, porque ahí nos hubiesen descubierto. Yo me sentaba como un zombie en la poceta, mientras tú hacías cualquier cosa menos pipí, y yo te insistía "vamos a hacer pipí en el periódico", hasta que te convencías y podíamos volver a dormir. Esa lucha duró como un mes, luego de eso, ya eras el dueño y señor de las camas y nuestros corazones. 

Yo soy hija única y para ese entonces era más que tímida, pero tú y yo nos hicimos panas rapidito, te metía en un morral y te cargaba de zarcillo, al poco tiempo ya ibas conmigo a la universidad casi todos los viernes, corrías por la grama y te quedabas tranquilito en clase. Pronto te ganaste el afecto de todos y aquella profesora bonachona pasaba lista y preguntaba por tí, si no estabas presente, preguntaba qué había pasado. Te llegó a tener tanto afecto, que fuiste el invitado especial de la parrilla de fin de año, y corriste libre por el aeropuerto de La Carlota, también comiste carne hasta que te cansaste ese día. 

Una amiga tenía un jardín con rosales y para tí eso era como un estadio de fútbol, cada vez que te llevaba a su casa corrías con una alegría y agilidad inusitadas, con tus 20cm de tamaño, brincabas por encima de las flores, te revolcabas en la grama. ¡Eras un adolescente feliz! Mi mamá te enseñaba con amor y te ponía reglas, mientras yo te malcriaba en demasía, pero aprendiste a respetarme. Conocías mi silbido y el sonido de mis palmas, y yo sabía que podía dejarte correr sin correa porque a cualquiera de esos dos sonidos volverías de inmediato. 

Eras un cazador en miniatura, más de un tuqueque te comiste, mi mamá descubrió que te gustaban las mariposas y te mal acostumbró, si alguna estaba en el techo, tú se la pedías y ella la atrapaba para tí. A veces por maldad te decía "Mira la mariposa" y tú te quedabas mirando con carita de engañado. A mi nadie me dijo que el chocolate era dañino para los perros y cuanto chocolate comía lo compartí contigo ¿te acuerdas mi amor cómo me ponía el pirulín en la boca y cada uno comía por un extremo? yo me acuerdo de tu carita cuando esa palabra se pronunciaba en la casa ¡te volvías loco!

Eras un perro inteligente como pocos, pero nunca quisiste dar la pata. Sin embargo, te gustaba que te cargara y te bailara al ritmo de un merengue en la sala. Aprendiste a hacerte el dormido cuando mi mamá te cargaba como un bebé y te decía "duérmete mi bebé". Aprendiste a contar y si yo te decía, dame tres besos, esa era exactamente la cantidad de lamidas que recibía. Fuiste tan inteligente que en el último año entendiste que si te daba incontinencia en la noche, podías orinar en el centro de cama. Hasta aprendiste a fingirte paralítico si te regañábamos, por esas cosas hubo quien decía que seguramente leías el periódico antes de orinarte en él.

Mi abuela y tú fueron un asunto particular: A ella no le gustaban los perros, pero le encantabas tú, a tí te caía muy bien todo el mundo, menos ella. Entonces ella te chantajeaba con queso y otras cosas, tú te montabas en su cama, le comías la comida y te bajabas. Pero fuiste tan especial, que cuando ella se murió, tú te montaste en su cama y comenzaste a aullar, cinco minutos después recibimos la llamada de la clínica. En la familia tenías muchos detractores, pero conquistaste corazones cuando te vieron secándole las lágrimas a mi mamá. 

Cuando tuviste tu encuentro amoroso con la mamá de Julieta, yo estaba en Morrocoy, mi mamá te dejó en esa casa una noche y apenas te buscó, te bañó. Tú te enfureciste con ella y no la querías tratar, decía mi abuela que era porque te habían quitado el gustico. De aquel encuentro nos regalaste a esa miniatura malhumorada y dulce que eres tú, pero más joven y más pequeña. 

Siempre fuiste pícaro y ladrón, cuando mi mamá llegaba del trabajo ponía la cartera en la cama y tú te metías completico adentro, si ella te dejaba le sacabas todo lo que estuviera ahí, aunque fuera más grande que tú. Y si nos traía chocolate eras el primero en darte cuenta. Eras tan ladrón que te metías en bolsos, gavetas, closets, donde fuera. Nunca olvidaré como el día antes de mi viaje de graduación te robaste mi cartera y yo pasé desesperada un par de horas, pensando que me había quedado sin cédula y sin tarjetas, hasta que miré en tu casa y ahí estaba. Por esas cosas mi abuela decía que eras un hampón. Chico ¿y cómo no considerarte ladrón si una vez con una agilidad increíble le robaste a un tío una chuleta de chivo de la parrilla que tenía montada? En ese mismo viaje, un perro grande se le acercó a Julieta y tú te metiste en el medio, echándola para atrás, como calmándola y también para defenderla. 

Eras un tipo pana y amigable, no ladrabas ni para defender tus juguetes, siempre estabas de buenas, hasta que te pusiste viejo. Mis amigos decían que seguramente eras marihuanero, todo el mundo te quería por simpaticón y salido, pero cuando me operaron el brazo te pasaste un montón de días en mi cama sin muchas ganas de que nadie se acercara a ella. Estudiamos derecho juntos ¿te acuerdas? te echabas al ladito mío con el ocico en mis guías, mientras yo me desvelaba, y cuando pasaba mucho tiempo sin prestarte atención, me mordías el resaltador y yo te decía que me ibas a hacer rayar la materia. Cuando estaba por graduarme, no faltó el compañero que dijo que teníamos que mandarte a hacer tu toga y birrete, porque tú también eras abogado. 

Tenías una obsesión con mi pijama y mi ropa sucia, lo que yo me quitara, era para ti una cama lista para ser ocupada. Y tenía yo que pelear contigo: gordo dame el lado de la cama, gordo dame la almohada, gordo dame la pijama, gordo quítate de la camisa que la tengo que meter en la ropa sucia. Perdóname la sinceridad, pero también eras un acosador ¿sabes? te juro que nunca pensé escaparme por el inodoro de la ducha, no había necesidad de que me montaras guardia en la alfombra, ni de que me asomaras la cabeza a ver si seguía ahí. Me perseguías como una sombra, y en las noches yo te hablaba y tú me mirabas. Yo te fastidiaba, te mordía, jugaba contigo a tu nivel, nunca necesitamos de palabras y relaciones de poder, nosotros éramos un par de compinches que nos amábamos y respetábamos mutuamente. Nos entendíamos, si hacías algo mal yo te miraba y ya tú sabías, si me pasaba algo tú me acompañabas. Desarrollamos una sincronía tal que dormíamos en la misma posición y siempre con nuestros cuerpos juntos ¡eras mi costillita pues!

Tenías una paciencia envidiable, siempre te portabas bien cuando salías comigo, las veces que te llevé a la playa te revolcabas en la arena y te encantaba meterte al mar conmigo, jugábamos a saltar las olas y tú cuando ellas venían cerrabas los ojitos, pero cuando se iban me lamías. Yo creía que te asustabas y te dejaba afuera, pero entonces llorabas para que te metiera. Cuando Julieta crecía, te fastidiaba y te fastidiaba, incansablemente, te robaba los espacios, los juguetes, te regañaba ¡y tú tranquilazo como si fueras un Buda! Creo que la llegada de Otelo fue un alivio para tí, porque entre ellos se entendían y tú comenzaste a verlos desde la distancia, como diciendo: al fin puedo envejecer en paz. 

Con los años, te pusiste antipático con mi mamá. Y lo que son las paradojas de la vida papi, ella fue quien te acompañó hasta el final, y tú de antipático le torcías los ojos, le tirabas a morder cuando dormíamos juntos y ella te quería sacar de la cama. Y yo tanto que te pedí que te portaras bien, que me la cuidaras, pero como todo viejo te fuiste poniendo mañoso y caprichoso ¡siempre hiciste lo que te dio la gana! Ella te hacía morisquetas y tú te molestabas, todavía me río pensando en eso ¿es que acaso sabías que las morisquetas eran una forma de burla? Ella te ofrecía café porque sabía que no te gustaba, pero eso sí, el día que se partió una de sus botellas de whisky saliste desesperado a lamerla del piso. Tan maluco que te pusiste con ella que te enseñó a llevar cosas de un lado para otro -como cuando nos mandábamos cajas de cigarros del cuarto a la sala-, que te llevaba al periódico los sábados por la mañana para que no me despertaras y yo me pusiera de mal humor, ella que te decía "anda a despertar a la Lyce". Ella que te cuidó tanto, por tí y por mi. 

El día que me fui del país te despediste de mí con aullidos, no hubo manera de que la misma frase de siempre, ese "vete para tu casa que me voy a trabajar" te convenciera de quedarte quieto, llorabas y te me pegabas, te negabas a dejarme ir, como quien sabe que ese era un viaje largo. Cuando volví de vacaciones, la última vez que te ví, te metiste a registrarme la maleta mientras lloriqueabas, hoy estaba viendo ese video y me daba tanto sentimiento. En ese viaje, fuiste más pegostico que nunca, ya no podía ni dejarte en la cama para ir al baño porque te desesperabas. Yo salí del país hace dos años, pero no pasé un sólo día sin recordarte, ni una sola noche sin extrañarte antes de ir a dormir.

En fin, fuiste el mejor amigo que he tenido en mi vida, nos acoplamos en una dinámica que era solo nuestra, fuimos panas, compinches, fuiste mi confidente, mi compañero, me cuidaste, nos hiciste reír, nos hiciste molestar ¡Como tú no hay dos negrito lindo! Como tú no hay dos. Llegaste como un terremotico, ágil y tremendo, pero increíblemente dócil y leal, te fui viendo ponerte blanco con los años, perder facultades, cuando dejaste de bajar las escaleras solito, volvimos a los primeros años, sólo que esta vez, tú llorabas a media noche y a mi me tocaba bajarte hasta el periódico, yo me dormía en la escalera, mientras tú pacientemente hacías todo menos pipí, hasta que yo me molestaba y ahí sí orinabas rapidito ¡siempre fuiste una cosa seria! ¡mi cosa seria!

Esta debe ser la carta más larga que yo le haya escrito a alguien en mi vida, pero te mereces mucho más que eso. Fueron 13 años viejito, eso es casi la mitad de mi vida, pasarán los años y siempre te recordaré como el tipo más pana que haya conocido y sobre todo, como el perro más leal que haya tenido. Descansa en paz, disfruta el cielo de los perros, come lo que quieras y haz lo que te provoque, porque te lo mereces. Espérame gordito, que cuando me llegue la hora te voy a silbar como antes y nos reuniremos de nuevo. De mi cumpleaños 18 a mi cumpleaños 31, te doy las gracias por cada segundo que me regalaste. Mi mamá, Otelo, Julieta y yo te queremos. 

Y no te olvides papito que "uno es responsable para siempre de aquello que ha domesticado". Tú de mí y yo de tí, y aunque la gente piense otra cosa, aquí la domesticada soy yo. 

¡Te amaré siempre!

Tu humana, 
La Lyce