Los Roques

Ahhhh Los Roques, ya lo he dicho que no tuve necesidad de de morirme para ir al paraíso, aunque sin las olas de Cuyagua, este Archipiélago y parque nacional, no tiene nada que envidiarle a ninguna otra playa y vaya que lo sé, después de haber pasado por Aruba, Curaçao, Mochima, Playa Medina, Higuerote, Río Chico, Morrocoy, Cabo de San Román y Cuyaguita, entre otras, puedo decir con total honestidad que nunca en mi vida había visto playas tan hermosas. Este paraíso en la tierra te da la bienvenida en una pequeña pista de aterrizaje, tanto que hasta da la impresión de que la avioneta va a terminar en el mar y ya desde el momento en que posas un pie en tierra comienza la aventura: playa, sol y arena.

En medio de una inmensidad de aguas totalmente cristalinas y de distintos tonos, se encuentran los cayos, unos más grandes otros más pequeños, pero todos hermosos, desde el comienzo todo es perfecto: el recibimiento y la atención le otorgan a este parque unos 50 puntos en la escala escolar del 1 al 20, la posada pequeña, sencilla, con airecito acondicionado y bien cómoda, la comida es sencillamente exquisita. En la noche pueden tomarse unos traguitos a la orilla del mar, literalmente echados en unos puff muy pero muy cómodos y escuchando reggae ¡¡¡JUST PERFECT!!!!.

Este lugar te hace recordar que las pequeñas grandes cosas que nos da la naturaleza son las mejores, en el agua tuve la oportunidad de ver una raya que nadaba muy cerquita de nosotros, ver peces de todos los tamaños y hasta ver a las pícaras robarles los pescaditos a los pelícanos, así que no siempre el más grande sale ganando. Me quedé con la sensación de que la vida en la ciudad no es vida y de que en ese lugar podría vivir tantos años como Matusalem.

¿Qué me traje de Los Roques? Muy sencillo, LAS GANAS DE REGRESAR.