3 de febrero de 2014

La siesta de las reminescencias

Es lunes y amanecí con el cuerpo malo, porque contrario a lo que acostumbro me fui de tragos todo el fin de semana. Tengo uno de esos malestares que no se pueden definir de otra manera, siento como algo raro en el estómago, pero no estoy enferma. Anoche trasnoché, no por tragos sino por lectura. Me levanto, me baño, voy a clases, hago un par de diligencias en la universidad. Hoy ando como por inercia, por esa cosa que algunos llaman responsabilidad. Pienso que ya no estoy para estos trotes. 

Vuelvo a casa a las tres de la tarde, almuerzo algo ligero dadas la dieta y las circunstancias. Miro el reloj: 3:30 p.m., debería irme al gimnasio porque en la noche la piscina se llena de gente. Lo consulto con mi organismo y él me dice que no puede, que deje el gimnasio para más tarde. Me voy a mi cuarto, tengo mucho frío, me acuesto, me arropo hasta la cabeza, pongo la alarma y me dispongo a dormir una hora. Suena la alarma repetidas veces durante una hora y como continúo apagándola decido hacerle caso a mi cuerpo. El gimnasio queda suspendido hasta más tarde o hasta mañana. ¿Qué hora es? No lo sé, afuera está oscuro, pero en este país la claridad desaparece temprano. Seguramente son apenas las seis. Continúo despertándome en un estado de semi-inconsciencia, sintiendo que el cuerpo manda y que exige seguir su descanso, me doy por vencida, me abandono por completo a la siesta. 

En algún momento llega el último breve segundo de despertarse, abro los ojos, los cierro, sigo durmiendo. De pronto estoy en un lugar conocido, para ser exactos a un océano de distancia, a unos 20 años de distancia. Están mis primos hermanos y compañeros de vivencias, estamos en la casa de la infancia, pero somos adultos. Volteo y veo a mi abuela que se ve bastante bien y joven, tendría quizás unos sesenta y tantos años. Estamos en la sala, nos reímos no sé de qué, asumo que fiel a la costumbre familiar hacemos cualquier clase de chistes 'a costillas' de los demás. Vamos al porche y observo aquel pueblo antes de que los últimos años lo convirtieran en un lugar muy poblado. Veo a mi derecha y allí están las matas: níspero, mamón, unos aguacates inmensos, unas mandarinas muy tropicales, guayaba y otros. Francamente, no estoy segura de que esa casa tuviera mamones, pero es una siesta y todo está permitido. 

Miro nuevamente el paisaje: los árboles siguen allí, mis primos siguen allí y sí, mi abuela está sentada al borde de las escaleras, sin reír demasiado, pero allí. Nos miramos y decidimos comernos unas frutas, antes de proceder al asalto a la naturaleza mi abuela dice me bajan unos nísperos. Vamos a por las varas y comenzamos el ultraje, bajamos muchas frutas que metemos en güacales, nos sentamos en el porche a comer y compartir. Me llevo un níspero a la boca y siento su sabor, su textura ligeramente velluda, siento que la boca se me hace agüa y ¡zas! me despierto. El subconsciente nos hace malas jugadas, mira que venir a despertarme en medio de tanta felicidad. 

Estoy a oscuras, boca arriba, ya sin frío. Miro al techo y sonrío con la plenitud de quien se sabe afortunado en la vida, con la alegría de quien tiene historias que contar, con el placer de quien ha hallado la felicidad en las cosas simples. No me puedo quejar, he sido feliz y he vivido rodeada de amor y sonrisas, la vida ha sido muy generosa conmigo. Suspiro, mientras le doy las gracias a esta siesta de las reminescencias por los recovecos de mis recuerdos. Me levanto, ya no tengo sueño, ya no me siento mal, estoy feliz y agradecida con la vida por este lunes tan espléndido.

1 comentario:

Acerina dijo...

¡Que bonito!

Me recordó mucho mi infancia, y a mi abuelita(qepd).

Lo de las rumbas si es verdad que no es lo mío, jejeje. Pero los malestares, ¡te los regalo! O mejor a ti no, porque ya tienes los propios!

Besos y salu2!

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