23 de abril de 2014

Anécdotas de una vida de lecturas

Yo aprendí a leer a muy corta edad, aparentemente fue como a los cuatro años y me enseñó un primo que realizaba estudios universitarios y como me cargaba como un zarcillo, necesitó deshacerse de mi exceso de conversación para poder concentrarse en la universidad. Lo que siguió, ha sido una vida de sonrisas, lágrimas y anécdotas al lado de los libros. 

Desde muy pequeña mi mamá tenía la costumbre de leerme un cuento antes de ir a dormir. Yo tenía un primo tres años mayor que yo que vivía metiéndose conmigo, como sólo un primo sabe hacerlo. Así que a mis cortos tres años decidí tomar venganza: durante aproximadamente un mes le pedí a mi mamá que me leyera el mismo cuento cada noche, y un buen día le exclamé a mi primo "yo sé leer". Al parecer (no recuerdo el episodio así que lo recreo según lo cuenta la familia) él me dijo que eso era imposible porque yo estaba muy chiquita. Pero yo lo senté a mi lado en la sala de la casa de mi abuela y le fui recitando el cuento cuidadosamente, haciendo pausas apropiadas con las comas y puntos, exclamando y cambiando la página cuando correspondía. Esa fue mi primera mentira, mi primo estaba asombrado y quedó convencido de que yo podía leer perfectamente, lo cual era falso, pero de ese episodio me nació también la habilidad de recordar fotográficamente pasajes enteros de mis libros favoritos. El cuento se llamaba Los Tres Gaticos y aún recuerdo su olor, su color, su textura y un episodio en el que los gatitos "lloraban a moco tendido porque perdieron sus mitones".

Mi mamá estudió literatura y cuando yo estaba más o menos en cuarto grado, ella cursaba estudios de Maestría en Literatura Latinoamericana. Como consecuencia de ello, crecí en una casa llena de libros y a temprana edad ya asistía a clases de postgrado relacionadas con las letras. Aparentemente, también ahí a veces me atrevía a intervenir. Yo no lo recuerdo, pero sí recuerdo las tardes en el Pedagógico de Caracas, sus pasillos, sus rejas marrones y a mi mamá constantemente leyendo. 

De mi papá en cambio, no recuerdo que leyera más que el periódico, pero tenía una colección de tesis de bachillerato en la casa que yo comencé a leer apasionadamente desde mi primaria. Es así como a los 10 años, sabía sobre anatomía humana, cardiopatías congénitas y las cuatro técnicas más famosas de la época para abortar. No es de extrañar que por aquella época yo quisiera ser médico. 

Miro hacia atrás y no recuerdo haber sido precisamente sociable, aunque al parecer tengo facilidad para hacer amigos. Sí recuerdo en cambio, que cuando mis padres se divorciaron mi mamá leía Paula de Isabel Allende y de vez en cuando me regalaba párrafos en voz alta, mientras que puso en mis manos el que es hasta hoy mi libro favorito: El Principito. Nos acostábamos en su cama y pasábamos horas leyendo, yo le leía, ella me leía ¿cómo no vamos a tener una relación única?. Mientras que viví con ella tuvimos esa costumbre, alguna llamaba a la otra desde su cuarto y le decía "Siéntate ahí que te voy a leer esto". Artículos de periódicos, pasajes de libros, no importa. Lo relevante es esa manera peculiar de compartir la cotidianidad.

Recuerdo desde siempre a mi abuela leyendo, ella nunca estudió pero sabía de muchas cosas porque siempre tenía un libro en la mano. Mi mamá suele pasar su tiempo libre de la misma manera. De tal modo que siguiendo el ejemplo, tuve problemas en bachillerato porque cuando llegaban los libros de lectura obligada yo ya los había leído y solicitaba que me asignaran otros. Mi profesora de literatura de cuarto año se decidió a aplazarme en la materia cuando tuve la osadía de corregirle un error ortográfico en clase y también de señalarle un error cometido con respecto a la obra de Pablo Neruda. Por aquella época yo contaba con 15 años y tenía una beca trabajo en la biblioteca local, mi salario eran Bs. 50.000 (de los viejos), mucho menos del salario mínimo, pero ganaba más acudiendo a foros y teniendo un mundo maravilloso y gratis a mi disposición. Gracias a ese trabajo decidí que era buena idea clasificar la biblioteca de mi mamá. Nunca terminé, pero aún reposan en ella sus diccionarios con una cota hecha a mano y escrita con una caligrafía horrorosa. 

De modo pues, que podría pasar horas escribiendo anécdotas de mi vida alrededor de los libros, pero no quisiera aburrirlos con ellas. Baste con decirles que puedo rememorar mi vida entera a través de ellos y recordar en cada uno lugares, fechas, olores, colores, sensaciones, despechos, viajes, alegrías y llantos. Cada libro en mi vida tiene un significado especial y conozco muy bien esa compañía y las maravillas que provoca. Recuerdo pasajes al vuelo y puedo recitar de memoria poemas enteros, algo que me hizo famosa entre algunos compañeros de pregrado en la UCAB. 

A mi mamá le agradezco este amor y este mundo maravilloso que me ha acompañado durante mis cortos 29 años, a su amor por Don Quijote, a su cariño por García Márquez, a su gesto de llevarme a las Ferias del Libro cada año durante toda mi adolescencia y dejarme perderme en ella durante todo un fin de semana. A la lectura y los libros, les agradezco lo que soy, mi habilidad para imaginar, su capacidad para ser la única cosa en el mundo que realmente logra hacerme mantener la concentración y también la única que logra hacer que me mantenga callada durante horas. Francamente, no imagino una vida distinta, ni llego a calcular cuánto tiempo de mi vida habría malgastado aburrida de no haber sido porque la lectura me salvó del ocio desde muy pequeña. 

1 comentario:

Oswaldo Aiffil dijo...

Bonitas las anécdotas como también el post completo, dedicado a ese gran placer que es la lectura. Un beso Liz!

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