Escondida dentro de mi alma

Este lugar es oscuro y caluroso
me sofocan los azares de la vida externa
aquí dentro se acrecentan mis temores
toco sus paredes, busco luz
no encuentro un hueco
es que sin salida me siento.
Afuera se escuchan voces,
siento pasos, palpitan cuerpos,
circulan sangres y parece estar en paz,
pero yo sigo aquí encerrada.
Estas cuatro paredes de mi alma
son una mordaza que me ciega
no veo nada en el exterior
pero mis sentimientos se desbordan,
me inundan en este callejón pequeño,
mínimo, profundo y sin salvavidas
en el que me ahogo cada día
por no saber nadar contra su corriente,
pero también por no encontrar reapuestas.
Que poco oxígeno para respirar
que ganas de escaparme y no volver jamás,
pero intento moverme
y mi musculatura se debilita,
no puedo hacer nada
por hallarme en un lugar detenido.
Cadenas que no existen me amarran,
el peso de las verdades me oprime el pecho
con la fuerza de millones de toneladas.
Afuera la vida pasa simplemente
nadie nota este desespero,
quizás alguien se asoma en este clóset
da un vistazo y pasa de mí,
es que en ciertos momentos
nadie puede comprenderme.
Cómo salgo de este aire denso,
con sus gases mortales que me asfixian
yo qué hago si lo que quiero
es escaparme de esta vida.
Silencio, aquí hay sólo silencio,
tanto, pero tanto, tanto,
que el ruido de mis pensamientos en éste
me atormenta, me agobia,
me persigue gritándome que salga,
pero en este laberinto
las puertas están selladas
con temores y verguenzas.
Sueños por las noches me persiguen,
estoy atada a sus mentiras y verdades,
van y vienen de una a otra orilla
sin una brújula con ruta definida.
Sueños que no quiero soñar,
que me presentan mi más perfecto reflejo
yo les huyo y en el sudor de mis poros
me despierto.
Me levanto desde mis entrañas,
carne fresca y viva
que se puede sazonar
para alimentar a los incautos que se asoman,
miran por la ventana y van clavando puñales en mis heridas.
La sangre de estos adentros no coagula,
se expulsa al exterior
en volcanes con lava de mi ira,
pronto estoy yo desparramada
en un piso mojado
con lágrimas y saliva.
Anochece pronto y, a solas
me encuentro conmigo misma,
giro en círculos hasta marearme
y termino vomitando sobre mi poesía.
Mientras para todos el tiempo nocturno
detiene las actividades del día,
mi alma viva
engrosa sus paredes que se ensanchan
y me deja verme como soy,
cierro los ojos para renegar:
de mí, de todos y de esta puta naturaleza
que en medio de su perfección
o quizás por equivocación
ha hecho de mí lo que soy.
No hay nada de extraño
en las paredes que despiertan
cuando los demás no me ven,
se abren consigo las salidas,
bailo, sueño, río y amo,
pero, también me encuentro
con mis homónimos y similares,
cuyas almas también renacen a espaldas de los demás.
Por un momento soy feliz,
me acepto, me quiero y me reconozco,
me veo en los demás
como si me contemplara largamente
en un espejo que se muere por contar secretos
que se le pierden.
Amanece y todos despiertan,
con sus presencias amenazantes y castradoras,
caras amables que juzgan sin solicitud
y también a primera vista.
Me escondo nuevamente en mi alma,
retorno al lugar oscuro que me sofoca,
muestro mi cara impávida,
soy por tiempos lo que todos esperan,
pero esa cara externa se derrite
al calor de un sol que me recuerda
que son los secretos de ese cuarto diurno
los que me hacen vulnerable,
aquello que quiero sacar a flote
y se hunde más en cada intento.
Es así, como mi alma
se abre y se cierra,
sin dejarme definir
si estoy mejor adentro...o afuera de ella.
Muesto una parte externa,
complazco a todos con sonrisas gélidas,
nadie lo sabe, no se imaginan
que cada día en su presencia,
yo me escondo en mi alma,
para lograr mi subsistencia.

LYCETTE SCOTT