Durante el último año, el mundo ha sido testigo de las diversas revoluciones ocurridas en el Medio Oriente. Gente que espontáneamente y como por efecto de una chispa invisible, decide un buen día decir "hasta aquí llegó nuestra paciencia". Ese destello de cansancio que se enciende en un instante y se expande casi imperceptiblemente, en los corazones de pueblos que han sido maltratados, violentados y reprimidos incansablemente durante años, por dictadores con características espantosamente similares a los mismos dictadores de siempre.
Y llega ese día tan añorado por muchos, el dictador cae, los pueblos toman el control (sin agregar nada más, porque no quiero tocar en esta oportunidad el tema de las injerencias extranjeras, ni mucho menos, la pertinencia de las mismas), simplemente digamos que es el pueblo que toma el control de un país que antes estaba en manos de una sola mente, usualmente macabra. Acto seguido vienen las posibilidades, el antes superpoderoso dictador, se escapa, o se suicida, o tiene la mala fortuna de caer en manos de sus anteriormente súbditos que se preguntan en cuestión de segundos ¿y ahora qué hacemos con él? pregunta que tiene dos respuestas simples, enjuiciarlo o matarlo.
Aquí es a donde quería llegar. El asunto de Gadaffi ha dejado muchas ideas rondando por mi mente y, sobre todo, la pregunta fundamental ¿qué es lo correcto en este caso? es apenas comprensible la rabia irracional que se apodera de los ciudadanos que matan a un ex dictador acobardado sin su manto de poder protegiéndolo. Sin embargo, vemos que el mundo se ha tornado en muchos casos a decir que el hombre ha debido ser enjuiciado. Como defensora de los DDHH, confieso que me habría encantado verlo sentado frente a un estrado y condenado por una corte internacional. Pero ¿es realmente posible? Siendo honestos con la historia, podemos decir que hasta ahora sólo algunos Nazis han sido adecuadamente enjuiciados, historias sobran por toda Latinoamerica (sólo por mencionar un ejemplo), de torturadores y dictadores que salen ilesos de la justicia o a quienes les llega la muerte por vejez, antes de que sea posible ganar un juicio que los condene.
Y es que si a ver vamos, la tarea de recabar pruebas de crímenes de lesa humanidad es titánica. Se trata de recopilar testimonios y aquellas víctimas que lograron quedar vivas y estén dispuestas a atestiguar. Sólo imagínense por un segundo, el terror que ha de producir pararse en un estrado frente a un dictador que te mandó a torturar. Más aún, cuando estas personas están claras de los largos brazos que tienen las dictaduras, esos que alcanzan a cualquiera, durante muchos años, en cualquier rincón del planeta; y si no, que lo digan los argentinos que han sido asesinados en años recientes por brindar testimonio contra la dictadura militar de los 70. Adicionalmente, se deben conseguir pruebas fehacientes de los hechos, que permitan condenar a estos señores, cosa completamente dificil, porque ellos mismos se han encargado de hacer tareas limpias. Más aún, la mayoría de los dictadores se encarga de borrar toda prueba física de sus fechorías, cuando se ven con la soga al cuello.
Ciertamente, a mi me habría encantado ver a Gadaffi, así como muchos otros dictadores, alcanzados por las manos de la justicia. Sin embargo, no me atrevo a juzgar a quienes lo asesinaron, es mucha rabia contenida y es quizás la única manera que tuvieron a mano, de asegurar para él, un cierto castigo por sus actos.
Lástima que la justicia, siga siendo en nuestros días, uno de esos huesos duros de roer.
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