20 de mayo de 2012

Avísame cuando llegues

Con el pasar de los años, la frase "avísame cuando llegues" se ha convertido en una muletilla habitual de las despedidas venezolanas y a mí me parece que sugiere una reflexión obligada. Sólo un venezolano sabe lo que esto significa para nosotros y es apenas lógico que nos hayamos hecho adictos a ella, en un país con una creciente tasa de inseguridad con todos los agregados que ello implica: robos, hurtos, secuestros, asesinatos y una larga lista de etcéteras, nos hemos convertido en eternos paranoicos e inagotables miedosos. 
La obscuridad trae consigo un agregado a nuestras realidades, una adición a esas situaciones diarias cotidianas que la convierte en la amiga de los jóvenes, pero también en nuestra peor enemiga. Siempre suelo decir que solía salir mayor cantidad de veces y con menor angustia cuando tenía 16/18 años; siempre supe que había latente la posibilidad de que algo sucediera, pero ese eterno miedo, nunca fue tan perceptible como en la actualidad.

Los venezolanos somos presos de nuestros hogares o suicidas por salir de ellos. Nos hemos convertido en unos permanentes aterrados que preferimos salir a hacer algo tipo temprano, muchas veces decidimos no salir en lo absoluto por el simple temor a que algo nos suceda. Convivimos con una eterna toma de decisiones que encuentran sustento en un país en que la seguridad es una sensación, así que permanentemente nos limitamos en nuestras vidas: ya son las 11 mejor no salgo, me invitaron para tal sitio pero es una zona roja, esta es una buena zona pero mejor me bajo rápido del carro porque me pueden secuestrar; llegamos a nuestras casas y mientras el portón del estacionamiento se abre, rezamos con la mayor fe  y, paradójicamente, esto no respeta ateismo, rezamos desesperadamente porque esa puerta se abra rápido, mirando como neuróticos por los retrovisores, con la boca seca, sudando frío, esperando que la vida sea buena con nosotros y a ninguna patota de delincuentes se les antoje secuestrarnos o asaltarnos durante esos 5 minutos que tardamos en entrar al estacionamiento. 

Tener un vehículo puede ser hasta más tortuoso que no tenerlo: pagamos seguros que no podemos costear, colocamos todos los sistemas de seguridad que se encuentran disponibles en el mercado, colocamos vidrios oscuros que reducen considerablemente la visibilidad nocturna, con la esperanza de que los delincuentes no vean quien va manejando, que no nos vean el reloj, ni la pulsera, ni el celular, ni nada. Quedarse atrapado en el tráfico, es otra tortura cotidiana que nos coloca en un nivel de estrés inusitado y aquí vuelve el rezo, una y otra vez, por cada uno de los cientos de motorizados que pasan entre los vehículos de una cola. ¡Esto no es vida!
En nuestras despedidas subyace un drama potencial, sabemos, aunque nos hagamos los locos al respecto, que despedirse de un compañero de trabajo en la noche, un amigo después de una fiesta o tu mamá antes de salir de casa, puede significar que no lo vuelvas a ver. ¿Les suena trágico? Porque es trágico, es trágico pensar que cualquier cosa puede pasar en ese trayecto de una hora que tarda tu persona conocida en llegar a otro lugar "seguro".
A nuestra paranoia se agrega la angustia del amigo que anda a pie, al que lo pueden robar en la camionetica, en el metro, que puede estar expuesto a una bala perdida por algún incidente, con los cuales nuestra preocupación menor es que pase alguien y les eche un arrebatón, porque por mediocres, conformistas o resignados, al menos podremos decirles "si es verdad que te robaron, pero da gracias a dios que no te hicieron nada... lo material se recupera"; y, más recientemente, la preocupación por las amistades que viven en un lugar cercano a un famoso recinto carcelario.
Así transcurren los años, entre la zozobra de un país en el que cada vez se implementan menos medidas de seguridad y las poquísimas implementadas han resultado evidentemente ineficientes; entre una sociedad que se ha acostumbrado a autoridades ineficientes en materia de seguridad, a policías que se convierten en ladrones y secuestradores. Esta costumbre, poco a poco nos ha llevado a perder la capacidad de asombro y ya no nos toma por sorpresa cuando nos enteramos de que a fulanito le robaron el celular o que a sutanito lo secuestraron en la entrada de su edificio. 
Los venezolanos nos hemos convertido en una sociedad de tristes ciudadanos encerrados y temerosos a los que se nos perdieron el asombro, la dignidad y la calidad de vida, y cuyas únicas armas contra la inseguridad son dar el teléfono de tus conocidos a tus familiares (y viceversa), avisar dónde vamos a estar y despedirnos nerviosos de nuestros seres queridos con la inexorable frase "avísame cuando llegues".

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Hola,
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Lycette Scott dijo...

Claro que sí, con mucho gusto me uno a el directorio, es algo que hace falta desde que Veneblogs nos dejó por fuera.

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