Venezuela me vio nacer, me vio crecer, me lavó con su mar, me mantuvo caliente con su sol, me maravilló con sus paisajes, me formó. A diferencia de muchas personas de mi generación, siempre he sentido mucho amor por Venezuela, vivo criticando las cosas que pasan, pero creo que es un país con unos lugares hermosos. Me gusta la música llanera, escucho a Simón Díaz, Un Solo Pueblo, Reinaldo Armas y Serenata Guayanesa, muchas veces mis amigos me han dicho que soy "más criolla que una arepa".
Entonces ¿por qué emigrar? por qué sacrificar todo lo conocido, el amor de la familia, dejar a unas mascotas que más que animales han sido familia durante años, alejarse del trópico y sus playas, del sol y los tambores, de los amigos y las risas, del plátano, de la parchita, el coco, el cacao criollo, el roncito barato, el parguito frito, las caraotas, el cariño y los abrazos. Si pudiera resumirlo en una frase, sería: emigré porque quería tener esperanzas, pero con opciones reales de realización.
Mi país, con toda su belleza y todas sus maravillas, hace tiempo cerró las puertas a mi generación y las siguientes. Ser profesional ya no es garantía de conseguir un empleo, mucho menos de conseguir un empleo medianamente bien pagado y en tales condiciones ¿quién puede adquirir una vivienda?. Durante años de lucha, de trabajo continuado como testigo electoral en cada elección, de creer en la democracia, de creer que el "echar pa'lante" se logra con esfuerzo y que es cuesta arriba pero sí se puede, fui haciendo en cada espacio todo cuanto consideré que era posible para ayudar a la construcción de un mejor país. Muchas de las personas que me rodean criticaban mucho mi "comeflorismo", mi condición de humanista, mi tendencia política de centro izquierda, mi afición por las ONG's, mi convicción de que criticar no vale de nada si no se hace algo para ayudar. A pesar de eso, siempre intenté mantenerme a flote en un contexto que no era el más promisorio, aunque me considero más afortunada que el joven venezolano promedio.
Pero poco a poco las situaciones van minando el espíritu, cuando ves a los jóvenes dar demasiado valor a la belleza del cuerpo y muy poco a la educación, cuando los ves criticando fuertemente a quienes desean estudiar, como si el estudio fuera un antivalor. Cuando ves que las posibilidades que tiene una persona para ascender en su trabajo están muy relacionadas con su condición política o con sus relaciones sociales, más que con sus méritos y logros. Cuando tienes que hacer el trabajo de una persona que gana el doble que tú pero pertenece a un partido al que tú no perteneces, cuando tienes que levantarte a las 4 a.m. todos los días para pasar horas en el tráfico, cuando tu desayuno en el trabajo es llegar a una calle que está sucia, llena de malandros y huele a orine (por decir lo mejor). Cuando ves los precios subir y alejarse como si llevaran un globo de helio por dentro, mientras que tu salario apenas si aumenta una vez al año y en una proporción mucho menor a la inflación. Cuando ves el odio imperante en las calles, la agresividad, la falta de ciudadanía, cuando ves a familias y amigos odiarse por distintos pensamientos políticos, porque pareciera que todos llevamos un pequeño dictador por dentro. Cuando eres perseguido en tu lugar de trabajo porque aunque seas un buen trabajador tu jefe no te perdona tu inclinación política, porque ahora el profesional no es contratado por su condición de tal, sino que debe profesar partidismo. Cuando cada estrategia en tu lugar de trabajo está dirigida a censurar. Cuando todo el mundo sabe de los negocios turbios del gerente (porque ni se molesta en ocultarlos), pero a nadie parece importarle. Cuando sabes que las situaciones anteriores no son exclusivas del sector público, sino que también ocurren en el sector privado. Cuando vives en medio de tanta miseria, rodeado de tantos antivalores ¿cómo se tiene esperanza?
A los conocidos los roban, los secuestran, la gente vive aterrada. Uno como ciudadano siente un salto en el corazón cada vez que un motorizado le pasa cerca, porque la intuición no siempre alcanza para saber cuál es el bueno y cuál es el malandro. Y de los policías ni hablar, la fuerza pública en Venezuela está formada por malandros con chapa, así que esos son más peligrosos. Cuando vives permanentemente con la certeza de que puedes no llegar a tu casa, de que hoy puede ser tu día, de que no vas a llegar a viejo ¿cómo se habla de calidad de vida?
Lo repito donde sea, mi inclinación política sigue siendo de centro izquierda y como tal, más allá de una esfera personal y de todas las crisis cotidianas, tal vez lo que más duela sea saber que en un país con una bonanza petrolera inmensa, es mucho lo que se pudo hacer para mejorar la situación, no sólo de la clase media, sino de las bajas, para que accedieran a educación, para que no los maten subiendo las calles del barrio para llegar a sus casas, para que no mueran de mengua buscando una camilla en un hospital.
Sucede pues que la gente se desmotiva, que uno como joven comienza a pensar que no vale la pena estudiar más, que no tiene sentido ir a trabajar. Uno siente que el futuro se le fue de las manos (si es que alguna vez lo tuvimos en ellas). Y cada vez la idea del exilio seduce más, hasta que un día uno comienza a enfocar todos sus esfuerzos en Maiquetía y finalmente abre esa puerta como la salida de la mediocridad y la entrada al mañana.
Yo no sé si vuelva a Venezuela, no puedo decir que no lo haré. Yo quiero a mi país y lo cambié por un lugar frío, oscuro y lluvioso. Cada día extraño mi comida y mis afectos. Ya no veo a las Guacamayas sobrevolar Caracas, ni le agradezco a la vida el placer de contemplar el Ávila cada mañana (sí, les parecerá cursi pero agradecía cada vez que tenía el placer de contemplar nuestras bellezas). Pero ahora estoy en un lugar en el que nadie se burla de mis deseos de superación, en el que no es malo quedarse en casa estudiando en lugar de caerse a palos desde el miércoles hasta el domingo, en el que las cosas no aumentan de precio, en el que los supermercados están bien surtidos, en el que las calles están limpias, en el que las diligencias se hacen rápido y no tienes que pagarle, ni jalarle a nadie para que te las haga. Por primera vez en muchos años, siento que tengo expectativas de futuro y aprendí con qué se come eso de vivir tranquilo.
Yo no sé si vuelva a Venezuela ... pero por ahora, salgo con la certeza de que cada noche, llegaré viva a mi nueva casa.
5 comentarios:
De acuerdo contigo, manita!! Es por eso que emigramos y con el corazón chiquitico, miramos hacia atrás como cada día más se malogra nuestra amada Venezuela.
Hola Negrita, me gustó mucho este post. Muy verdadero de verdad porque muchos venezolanos, así como tu y yo, han experimentado esa emigración a otro país. Uno ama sus raíces, adora la naturaleza exclusiva de Venezuela, adora la calidez humana q' todavía existe en muy poca gente...pero eso no ayuda a acomodar la situación económica y política del país. A echar pa'lante amiga, a buscar su camino de esperanzas se ha dicho!!! Y a vivir con calidad de vida en otro pais, mientras guarda ese tesoro tan lindo en su corazón: los bellos sentimientos hacia tu familia, amigos y las pocas cosas buenas q' quedan en el país.
Si pudiéramos vivir solo de los sentimientos lindos, pues todos seriamos felices...!
Gracias por escribir cosas como esta. Nos reflejan a muchos
es rudo pero es la realidad de todos, dichoso el que se le presenta la oportunidad de emigrar, yo en particular creo que cambiara esta realidad y trabajo duro para que se haga realidad el sueño de vivir tranquilo feliz y mas orgulloso de este país mi país tu país. es lamentable lo que pasa pero luchar por el cambio no es fácil pero no imposible, los invito a luchar emigrantes! donde quiera que estén apoyen la lucha de este pueblo que no quiere mas desidia y hagamos que el mundo vea la realidad de Venezuela ya que somos humanos y la solidaridad es una cualidad innata de esta especie no sigan pensando individualmente.
¿Por necesidad? ¿Por desesperación? ¿Por hastío? ¿Por dinero? ¿Por miedo? ¿Por cansancio? Algunos, los más afortunados, ¡Por que siempre lo desearon! ¡Por conocer otros rumbos!
En fin, mil personas, mil motivos!
Mis mejores deseos de triunfo. No creo que te sirva de consuelo, pero con la inflación de enero y el pírrico aumento del 10% del sueldo mínimo, la desaparición de CADIVI, quizás puedas sentir que el desarraigarte, por más que duela, valió la pena!
Bendiciones y éxitos para ti!
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